LAS TORMENTAS PERSONALES
Sabemos desde pequeños que no todo lo que nos ocurre en la vida tiene explicación, ni sentido y, por lo mismo, carece de respuesta. Lo podemos considerar injusto e ilógico, pero… hemos de atravesarlo como un avión las tormentas, con convulsiones.
Algunos optan por no tomarse en serio nada o casi nada. Por supuesto que, en esas ocasiones tormentosas, más vale no hacer caso ni a los halagos ni a los insultos, pero no se puede “pasar” por todo. Hay muchas vicisitudes que hay que ordenarlas y racionalizarlas para que no hagan demasiado daño: son las tormentas personales.
Ocurre, además, que son los elementos de esas “tormentas” los que no podemos “socializar”, esto es, no podemos compartirlos con nadie. Cuesta poner una tormenta en palabras y esa ausencia de palabras, a la postre, agudiza el error en la interpretación o la tristeza, según los casos.
El silencio en este caso no es una respuesta, a no ser que logremos hacer de él un aliado de la palabra, esto es, en un momento de preparación de la respuesta a la situación que nos aflija.
Hay que saber, eso sí, que cuando la tormenta pase, no acabaremos de saber ni cómo lo hemos logrado ni si la tormenta ha pasado de verdad y por completo. Pero de entrada hemos de asumir que cada tormenta nos hará diferentes, porque de ahí nacen las tormentas, en los cambios que nos impone el contexto, el escenario vital o sus actores o el modo de interpretar la obra en la que estamos comprometidos.
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