LAS DESIGUALDADES
El optimismo antropológico, en todas sus proyecciones, ha dado lugar a la lucha por la igualdad, quizá solo como camino, porque el fin (lograr la absoluta igualdad) queda un poco utópico. Y digo que importa más que caminemos hacia la igualdad, porque eso nos hace más humanos, más conocedores de las asimetrías sociales y, por lo mismo, más capaces de ir limando lo que nos separa a unos de otros.
Porque el caso es que seguimos manteniendo desigualdades, aun sabiendo que hemos de perseguir lo contrario y, por lo mismo, seguimos asumiendo que en cada ámbito vital, hay seres superiores y otros inferiores (hay que decirlo así para que nos demos cuenta).
Hay que decirlo así, he dicho, porque eso significa que estamos perdiendo la DIGNIDAD y, lo que es peor, no se la reconocemos a nadie de nuestro alrededor, lo cual es un error que, de no solucionarlo, nos impedirá recorrer ese camino teniendo como punto de mira la IGUALDAD.
La falta de asunción de que TODOS tenemos DIGNIDAD hace que haya muchos colectivos rechazados, olvidados o relegados, como ocurre con los ancianos, los niños y los pobres (económicos). Todos ellos molestan, por más que hablemos mucho de solidaridad, fraternidad o cosas parecidas, pero nos conformamos con que exista una ONG o un colectivo del tipo que sea que haga algo al respecto, eso nos lava de culpa a todos.
Integrar (que es un buen camino para la igualdad) es difícil, pero altamente necesario. Ocurre, por otra parte, que cuando hacemos algo al respecto miramos solamente a una parte (normalmente la integradora), cuando la integración tiene que ser asumida también por la “integrada”. No hacerlo así es asumir que el colectivo que “integra” tiene preponderancia sobre el “que ha de ser integrado”, lo cual es asumir de nuevo la desigualdad.
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