Qué fácil es, en un ambiente tan mediatizado y tan mediocre, echar la culpa a los demás (tanto da de lo que sea, aquí nadie es responsable de nada). De todo tiene la culpa alguien o algo, todo antes de asumir que una parte de esa culpa recae sobe uno mismo.
Con la misma facilidad juzgamos los errores de los demás, sin reconocer nunca los propios, como si un halo misterioso recubriera o santificara nuestro modo de pensar y actuar, haciendo imposible la autocrítica.
Hablamos sin pensar y lo justificamos diciendo que “esa es mi opinión”,, como si eso sacralizara lo que sale de nuestra boca, en vez de PENSAR antes de hablar, para ajustar el razonamiento a los hechos, a la realidad.
Haciendo todo eso herimos y sacrificamos a los demás, incluso a los más cercanos afectivamente. Pero no nos importa, ni eso ni lo que cueste curar las heridas que dejamos.
Prometemos y juramos aun sabiendo que no cumpliremos. Exponemos reglas y soluciones, a sabiendas que no arreglarán nada, porque ni las hacemos nuestras ni nos importa que se respeten, porque la culpa es de los demás.
Qué habilidad hemos adquirido en la crítica a los demás…, tanta que NUNCA nos hemos propuesto nuestra mejora y que tendríamos que cuidar y luchar para no perder lo bueno que habita en nosotros o existe a nuestro alrededor.
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