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miércoles, 7 de junio de 2017

¿DÓNDE VAMOS?

¿DÓNDE VAMOS?

Si hiciéramos una secuencia de los calificativos que hemos adjudicado tanto a los individuos como a la sociedad en la que vivimos y aún a lo que podemos encontrar en los medios de comunicación, lo más explícito que encontramos es que nuestro entorno se distingue por la corrupción, el terrorismo, la violencia, los enfrentamientos y tactismos políticos, el desempleo, la insolidaridad y otras lindezas por el estilo.

Alguien podría decir, con razón, que esa es una parte de la moneda, porque, a la vez, nunca ha existido más solidaridad, más ONGs, más transplantes a enfermos, más ayudas ante terremotos, por ejemplo, o hambrunas, más sentimiento de acogida de refugiados… 

Y ambas fotografías serían reales, pero la primera es la que mejor define o es más asumida como definidora de nuestra sociedad y nos hemos quedado con otros calificativos.

En ambos casos tenemos ejemplos puntuales, que marcan la esencia de lo que decimos y que nos dicen, entre otras cosas, que, a pesar de lo que se predica, son los eventos de gran repercusión (en ambos casos) los que nos hacen reaccionar y, en ambos casos también, a hombros de los individuos, no de las estructuras sociales, que, en última instancia, van a remolque de las acciones individuales y después de ríos de tinta y de metros de filmaciones.

Las encuestas nos dicen que la corrupción, la economía familiar y el trabajo (su falta) y la atención a las minorías marginadas son las situaciones que se perciben con mayor claridad y que se llevan la peor parte de las actuaciones políticas.

Y lo peor del caso es que es cierto. En los últimos años las pocas actuaciones de la ONU, de la OTAN o de cualquier otro organismo internacional han sido contadas y, de haberlas (que las ha habido) han pasado desapercibidas. Los gastos al respecto se han multiplicado mientras las acciones han mermado. El dinero puesto en esas acciones se ha restado de las actuaciones sociales internas de cada país: educación, sanidad, ayudas al acogimiento, etc., lo que viene provocando que la desigualdad entre los ciudadanos sea cada día más evidente.


Esos hechos, de una u otra cara, están provocando la pérdida del sentido de pertenencia, esto es, nos han hecho perder la identidad y el rumbo y han dilapidado los valores que deben definir el quehacer del ser humano.

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